martes, 30 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Había una vez una familia a la que no le gustaba la Navidad. No decoraban su casa ni cantaban villancicos, tampoco celebraban comidas ni cenas todos juntos los días señalados. En definitiva, vivían como si esta fiesta no existiera.
Sólo había un miembro de la familia a quien sí le gustaba la Navidad: el hijo más pequeño.
Ya estaba harto de ver cómo sus compañeros de clase y sus amigos se divertían estos días y él se quedaba aburrido en su habitación.

Un año por fin se decidió dar una gran lección de humildad a los miembros de su familia, para ello hizo lo siguiente: el día de Nochebuena haciéndose pasar por un familiar lejano que vivía en el rincón más alejado de la comarca, llamó a sus padres para comunicarles que había tenido un hijo y que les agradecería que fueran a verle de inmediato. La familia no perdió ni un minuto y dispusieron todo lo necesario para llegar antes del día de Navidad. El viaje fue largo y agotador, pero ellos estaban decididos a no quedar mal delante de su familiar y llegar según lo acordado, incluso compraron regalos para el recién nacido.
Una vez hubieron llegado, encontraron una nota en la casa de su pariente en la que les citaba en la plaza del pueblo. Una vez llegaron, encontraron otra nota en la que les indicaba que fueran al mercado. Y así muchas notas más, hasta que finalmente los citó en un pequeño convento de las afueras. Durante todo el viaje, los adultos no dejaban de preguntarse por la conducta tan rara de su familiar, pero confiaban en que debería haber una buena razón para que un hombre tan razonable como él se estuviera comportando de semejante manera.

Finalmente, llegaron al convento pero grande fue su sorpresa al comprobar que de nuevo su esperado anfitrión no se hallaba en el lugar. Entonces fue cuando su hijo pequeño dio un paso adelante y con una gran valentía les dijo lo siguiente:

¡Hipócritas! Nuestra familia no ha sido bendecida con ningún bebé. Habéis realizado grandes sacrificios por llegar hasta aquí para adorar a un niño humano y nunca habéis sido capaces de adorar al niño Jesús, el mismo Dios hecho hombre, que vino a la Tierra para salvarnos a nosotros, quienes ni siquiera merecemos que Él repare en nuestra existencia, para merecer a sus ojos por el contrario nacer, vivir y morir por nosotros. 
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó su único hijo”. 
Habéis olvidado el verdadero espíritu de la Navidad. 

Y como éste es un cuento de Navidad, no puede acabar sino con un final feliz.
El desenlace de la historia lo dejo a vuestra elección. Pero, ¡eso sí! Que sea bonito, no olvidéis que estamos en Navidad.


P.D (Estaré encantada de que en los comentarios me dejéis posibles finales. ¡Sed imaginativos! En la siguiente entrada publicaré los que sean, a mí parecer, los más dignos de ser leídos por los demás lectores).


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